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¿Por qué nos creemos las noticias falsas? Desinformación en crisis como la DANA

Por María Fernández-López, Universitat de València

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  • Fake News

 

Escribo este artículo días después de que la dana llegara a Valencia, dejando a su paso un rastro de destrucción física y emocional, de caos y de desinformación.

En crisis como esta, la necesidad de entender lo que está ocurriendo nos lleva a buscar respuestas en medios de comunicación y redes sociales. Pero en este flujo surgen noticias falsas que nos confunden, atemorizan y aumentan el estrés colectivo.

El cerebro es excepcional, pero tiende a la pereza y odia la incertidumbre, ante la que reacciona buscando seguridad y control. Esto se conoce en psicología como necesidad de cierre. Si reflexionamos sobre nosotros mismos en estos últimos días tras la dana, probablemente reconozcamos haber experimentado emociones que parten de la inseguridad, como la inquietud o el miedo. En estas situaciones críticas necesitamos respuestas rápidas, aunque no siempre vengan de las fuentes más fiables. En momentos de crisis somos más propensos a confiar y compartir información no verificada. Pero ¿por qué?

La psicología cognitiva lleva años intentando contestar a esta pregunta y, aunque aún no hay una respuesta completa, sabemos que la clave está en la emoción. Cuando algo nos provoca una reacción intensa –miedo, sorpresa o indignación– tendemos a confiar más en esa información y a compartirla, incluso si no proviene de una fuente fiable o incluye expresiones como “supuestamente” o “se dice que”. Cuanta más emoción suscita una noticia, más probable es que la aceptemos como verdadera sin cuestionarla.

Esto ocurre debido a cómo funciona nuestra cognición. Según las teorías del procesamiento dual, procesamos la información por dos vías separadas pero interactivas: una rápida, espontánea, automática y emocional, y otra lenta, controlada y reflexiva. Cuando recibimos una noticia, primero hacemos una evaluación emocional rápida, basada en cómo nos hace sentir. Y solo después, si es necesario, realizamos un análisis más profundo para determinar su veracidad.

Cerebros perezosos, información rápida

Sin embargo, esta segunda evaluación requiere mucho tiempo y energía, y nuestro cerebro es perezoso. Así que, cuando una noticia toca nuestra fibra emocional, a menudo nos quedamos con la impresión inicial sin pasar a esta segunda fase más analítica.

A esto se le suma que las redes sociales nos obligan a consumir información rápidamente, preparando un cóctel de reacción irreflexiva y desinformación viral: el impulso emocional inicial nos hace confiar y compartir la información de inmediato, dejando la reflexión en segundo plano. Tras la dana, se difundió rápidamente información alarmante sobre el número de fallecidos y las predicciones de AEMET, lo que provocó frustración e ira. Esto impulsó a muchos a compartir sin verificar, aumentando el impacto de la desinformación.

Si estamos de acuerdo, nos lo creemos

Otros factores que conducen a tomar decisiones irracionales al evaluar la información son los sesgos de confirmación y grupo. El sesgo de confirmación describe la tendencia a seleccionar la información que se ajusta a nuestras ideas y prejuicios, independientemente de su veracidad. Esto ocurre porque procesar ideas opuestas a las nuestras requiere más esfuerzo cognitivo, algo que nuestro cerebro evita por comodidad.

En redes sociales, este sesgo se amplifica debido a los algoritmos, que nos muestran contenido alineado con nuestras preferencias, creando una “cámara de eco” en la que solo vemos perspectivas afines. Esto hace que las noticias falsas parezcan más creíbles al ser compartidas y validadas en masa por personas con nuestras mismas ideas, dando lugar al sesgo de grupo.

La importancia del sesgo de grupo en situaciones de crisis

El sesgo de grupo es la tendencia de un individuo a favorecer al grupo al que pertenece, y tiene un impacto notable en el consumo de noticias falsas en el entorno mediático actual. En redes sociales, las personas forman grupos en torno a temas específicos, lo que facilita la transferencia de emociones e intenciones hacia actividades fuera de línea, como manifestaciones.

Si se viraliza la información, especialmente en nuestro grupo de referencia, muchas personas tienden a interpretarla como más confiable. Esto es especialmente relevante en redes sociales, donde los contenidos virales adquieren una validación implícita. Durante esta semana se han difundido numerosos vídeos, notas de audio, fotos, capturas de pantalla, muchas veces sin contexto y con información engañosa. Información que se volvió creíble solo por haber sido compartida por miles de personas.

Vigilar las reacciones emocionales

La experiencia de la dana nos ha dejado lecciones importantes, como el poder devastador de la desinformación sobre nuestra percepción de la realidad y estado emocional. Esto reivindica la importancia de desarrollar herramientas de pensamiento crítico. Reconocer nuestras reacciones emocionales ante una noticia puede ayudarnos a hacer una pausa consciente y analizar su veracidad antes de actuar.

Cuestionar nuestras propias creencias y la información que nos llega manteniendo una perspectiva rigurosa y equilibrada es una habilidad esencial. Esto implica dudar, pero no descartar de inmediato, permitiéndonos considerar distintas perspectivas antes de tomar una postura o compartir la información.

Al mismo tiempo, hemos sido testigos de la solidaridad de quienes se unieron para ayudar y dar apoyo a quienes más lo necesitaban. Cultivar el pensamiento crítico y verificar la información no solo protege nuestra tranquilidad individual, sino que también honra ese espíritu de comunidad y apoyo mutuo. Construir una sociedad menos vulnerable al engaño y más resistente frente a la incertidumbre es posible si fortalecemos la cultura de la solidaridad informada y responsable. La clave, como indica el escritor David Foster Wallace, es no perder de vista la verdad en nuestra consciencia diaria.The Conversation

María Fernández-López, Investigadora en Ciencia Cognitiva, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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